P. AQUILINO BOCOS, CARDENAL DE LA IGLESIA CATÓLICA

P. AQUILINO BOCOS, CARDENAL DE LA IGLESIA CATÓLICA

Solo unos días después de cumplir los 80 años, al claretiano Aquilino Bocos le llegaba el domingo la noticia por sorpresa: su viejo amigo el Papa Francisco le nombraba cardenal en reconocimiento a un impresionante historial de servicios a la Iglesia, y en particular a la vida religiosa.

Francisco y el neocardenal Aquilino Bocos están unidos por algo más que una amistad personal. Han compartido muchas batallas en defensa de una misma visión sobre la vida religiosa y de una eclesiología de comunión donde predomina la participación, la comunión, el diálogo. Aquilino Bocos seguirá viviendo con la comunidad claretiana de Buen Suceso de Madrid, y continuará reflexionando y escribiendo sobre la vida religiosa, al margen de las tareas que el Papa le pudiera ir encargando. «Hay que apoyarle», dice el padre Aquilino en entrevista al Semanario católico español, Alfa y Omega. El cardenalato es uno de los pocos servicios que a Aquilino Bocos le faltaba por prestar a la Iglesia, incansable misionero que calcula haber visitado «unos 80 países». Como experiencias particularmente intensas, siendo superior general de los misioneros claretianos, recuerda sus viajes a Timor Oriental en plena guerra o a los suburbios de Abiyán (Costa de Marfil).

Una vida al servicio de la Iglesia
Desde 1991 fue miembro de la Unión de Superiores Generales, y durante diez años Juan Pablo II le mantuvo como miembro de la Congregación de Religiosos. Su aportación a la vida religiosa española se extendió a la Iglesia universal en un momento –recuerda– en el que se debatía en Roma sobre la pertinencia o no de un Sínodo sobre la vida consagrada «porque había una gran crisis, y algunos decían que no convenía entrar en una dinámica que no sabíamos dónde nos llevaría». Sin embargo, el padre Aquilino creía que había llegado el momento de «abordar el tema de las relaciones obispos-religiosos, que el Concilio había dejado a un lado, para aplazar este tema conflictivo». Fue su maestro, el claretiano Arturo Tabera, quien había reactivado el debate, al ser nombrado por Pablo VI en 1973, Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada. Continuó el proceso el cardenal argentino Eduardo Pironio, quien después se hizo cargo del entonces Consejo Pontificio de Laicos, extendiendo esa «eclesiología de comunión orgánica» a toda la Iglesia. En conjunto, se celebraron finalmente cuatro Sínodos decisivos dedicados a la figura de los religiosos, de los laicos, de los sacerdotes y de los obispos. El encargado de recoger las conclusiones de este último, en 2001, fue Jorge Mario Bergoglio, con quien el padre Aquillino había pasado largas horas de conversación desde el Sínodo de la vida consagrada del año ‘94. «Había mucha sintonía. Yo me encontraba muy a gusto cada vez que nos encontrábamos», recuerda.

Caminamos a hombros de gigantes
(Por Fernando Prado, CMF, para Alfa y Omega)
«Alma grande, nacida como para ensamblar contrastes; humilde de origen y quizá glorioso a los ojos del mundo; pequeño de cuerpo, pero de espíritu gigante; de modesta apariencia, pero muy capaz de imponer respeto incluso a los grandes de la tierra; fuerte de carácter, pero con la suave dulzura de quien sabe el freno de la austeridad y de la penitencia; siempre en la presencia de Dios, aun en medio de su prodigiosa actividad exterior; calumniado y admirado, festejado y perseguido. Y, entre tantas maravillas, como una luz suave que todo lo ilumina, su amor y devoción a la Madre de Dios».

No me atrevo a quitar ni una sola palabra. A buen seguro, muchos hermanos claretianos no tendrían reparo en afirmar conmigo que nuestro antiguo superior general es icono actual y preclaro de nuestro fundador, san Antonio María Claret, que tan bella y sintéticamente fue descrito por el Papa Pío XII el día de su canonización.

La familia claretiana está de fiesta porque otro de sus hijos ha sido llamado a formar parte del colegio de los cardenales, pero no nos lo apropiamos. El padre Aquilino Bocos siempre ha sido un hombre de mirada católica y universal. Su cardenalato pertenece a toda la Iglesia y, especialmente, a esa pequeña parte del «santo pueblo fiel de Dios» que es la vida consagrada.

Decir Aquilino Bocos es hablar de la vida consagrada posconciliar. Su nombramiento es también un mensaje. Miles de personas consagradas en todo el mundo así lo han captado. Con el nombramiento de su antiguo y querido amigo Aquilino, el Papa Francisco ha tenido un gesto elocuente para con esa esforzada vida consagrada posconciliar, tantas veces incomprendida, que se empeñó en llevar la renovación conciliar adelante, aceptando sus orientaciones hasta sus últimas consecuencias, sin perder nunca la esperanza. Aquel «volver a los orígenes y adaptarse a las cambiantes circunstancias de los tiempos» que enunciaba el Concilio como principio de renovación, fue el santo y seña de la vida consagrada y del padre Aquilino, que, contra viento y marea, ha sabido leer este tiempo, como dice el título de uno de sus libros, como «un relato del Espíritu». Caminamos, sin duda, a hombros de gigantes.

Si la vida consagrada hoy puede seguir siendo profecía en todo el mundo es gracias a que gigantes ancianos y fecundos misioneros como el padre Aquilino fueron capaces de soñar y se empeñaron en caminar según una fuerte visión que descansa en la gran promesa del Resucitado: yo estoy con vosotros, todos los días, hasta el fin de los tiempos.