Desde la primera comunidad de Jerusalén hasta nuestros días, la Iglesia ha tejido una espléndida guirnalda de amor hacia los débiles, los marginados, los pobres y, sobretodo, los enfermos y desvalidos. Este milagro del humilde servicio curativo se ha revestido de muchas formas y colores, dando lugar a la composición de un grandioso mosaico del rostro salvador de Jesús. Quienes en la Iglesia se dedican al cuidado de los enfermos son artesanos de la evangelización, al entrar en contacto con el conflicto entre el mal y la fe.
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